Hace unos días, el Ayuntamiento de Madrid inauguraba el Bautismo Civil, una celebración que sigue una tradición emprendida en la Revolución Francesa, en la cual, bajo los principios de libertad, igualdad y respeto, la sociedad reconoce y acoge a un nuevo ciudadano. El bautizo civil, designado también como Ceremonia civil de imposición de nombre, se ha de considerar como una alternativa al ritual de bienvenida católico, a la inmersión en el agua, a la lectura de la Carta del Apóstol San Pablo o del Santo Evangelio según San Mateo, a la conformación de mentes que ignoran la obediencia de los documentos bíblicos a las necesidades políticas, sociales y religiosas de la época en que fueron escritos. La Iglesia católica es una institución que influye notablemente en nuestra sociedad. Gran parte de nuestro patrimonio cultural es católico; al igual que, actos sociales como una boda o un funeral se celebran bajo la opción religiosa; e incluso, nuestras fiestas coinciden con conmemoraciones católicas. Nos resultaría imposible sustraernos de una cultura impuesta cuando su influjo aún perdura. Pero, han ido apareciendo nuevos “ritos de paso” o “ritos de tránsito”, creados conforme a otras convicciones con las que hay que aprender a convivir. Hay quienes piensan que el Bautismo Civil es una ceremonia vacía, un ridículo interplanetario, que el Estado lo utiliza como mecanismo de ingreso a un sistema ideológico cuando se interpreta a la Iglesia como un fagocito de ritos de paso. Debería resultar obvio que, con nuestra Constitución, se ha garantizado la posibilidad de vivir en una sociedad más democrática, pluralista y laica. Por lo que se puede deducir tras un conocimiento previo sobre el acto en cuestión, es que, el acto comprende la lectura de algunos artículos recogidos en la Convencción Internacional de los Derechos de la Infancia (1989) y la entrega de un obsequio en el que se incluye un pack informativo con todos los servicios y programas locales destinados a la infancia. Conociendo el contenido del acto, mi pregunta es: ¿Este acto sigue portando un término que no es análogo al bautismo católico?
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